Siempre hablo de mis ciudades favoritas. En realidad no son favoritas, son mis ciudades esenciales, no me entendería sin ellas. En ellas he vivido mi vida, lejos de mi tierra y mi vida está allí. París, obviamente. Bruselas sin duda, Londres de alguna manera, pero algo tiene Roma que no tiene nadie más. Quanto bella sei Roma. Recuerdo un discurso de Pasqual Maragall cuando su partido lo exilió, se lo quitó de encima y se fue a vivir a Roma a dar clases a la Universidad Roma5. Vino a decir que Roma era la única ciudad capaz de envejecer, la única que podía exponer a la luz las cicatrices de la Historia, la única ciudad donde el mundo -al menos nuestro mundo- puede encontrarse porque todo viene de Roma.
Tuve la suerte de vivir en Roma a pocos metros de la plaza Campo de Fiori. Con su mercado (no creo haber pagado tanto por unos tomates, pero vive Dios... qué tomates), con su pizza bianca del Forno y sobre todo con su estatua de Giordano Bruno. En Campo de Fiori el alquimista y sabio fue quemado vivo por hereje. Hoy contempla el mundo desde esa mirada de bronce que se le intuye bajo la capucha de monje. Cada día lo saludaba y la vida se me iba entre ese pedazo de pizza, ese café en el Roscioli y pasearme unos minutos en la librería Fahrenheit 451 donde pude encontrar auténticos tesoros. Un pequeño mundo mi mundo romano. Ma quanto bella sei, Roma.