Cultura

Danny Boyle: «El ‘brexit’ es el instinto que impulsa ‘28 años después’»

El director se embarca en una tercera entrega que presenta a un Reino Unido aislado del resto de la Unión Europea

El director Danny Boyle durante la presentación de su película ‘28 años después’.Foto: EFE/Blanca Millez

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28 días después fue un bofetón en toda regla. Con Trainspotting, Danny Boyle ya había conquistado al gran público desde los márgenes del cine independiente, pero su carrera parecía destinada a rodearse de estrellas cada vez más potentes. Fue el caso de Una historia diferente, donde, además de repetir con Ewan McGregor, contaba con Cameron Díaz, y La playa (The Beach), protagonizada por Leonardo DiCaprio, en aquel entonces el actor más deseado del momento.

Y, de pronto, aparecía 28 días después, una película de infectados –nada de zombis– protagonizada por un desconocido Cillian Murphy que despertaba tras un largo coma en un hospital vacío. La cinta tenía incluso una interesante moraleja: hay algo peor que esos monstruos que devoran la carne humana, el ser humano.

Con un presupuesto raquítico, casi de cine de guerrilla, y unas cámaras digitales de escasísima resolución que permitían rodar planos sin pensárselo mucho –la coartada artística de que buscaban una estética de vídeo doméstico llegaría después–, Boyle y el guionista Alex Garland facturaron una película tensa y emocionante que dio lugar, cinco años más tarde, a 28 meses después, una secuela más ortodoxa dirigida por Juan Carlos Fresnadillo y protagonizada por Robert Carlyle.

A sus 68 años, Boyle se embarca en una tercera entrega que se olvida del pesimista final de la secuela, en la que el virus daba el salto a Francia, y nos presenta a un Reino Unido en cuarentena, aislado del resto de la Unión Europea. A nadie se le escapa la metáfora. «Nuestro comportamiento cambió con el ‘brexit’», dice el cineasta. «Nos retiramos de Europa y ese es el instinto que impulsa la película», continúa.

La película se ambienta en una isla separada del resto de Gran Bretaña. En esa fortaleza, «los lugareños creen en su pasado, en lugar de en un futuro potencial, así que miran atrás y piensan en Enrique V, en la derrota de los franceses en Agincourt... Esas son las imágenes que aprecian y representan un gran retroceso en cuanto al progreso de género. Creen en que los niños deben ser entrenados para luchar y ellas para quedarse en casa», explica Boyle.

No hay que olvidar, además, que en estos años el mundo entero ha vivido una pandemia. «De repente todo cambió, y se introdujo el miedo en el comportamiento de la población y las calles se quedaron vacías como en la primera película, pero ahora era real», sostiene el ganador de los Oscar a la mejor dirección y la mejor película por Slumdog Millionaire, que asegura que el interés del público por la franquicia no ha dejado de crecer en estos años.

Una primera parte gozosa de 28 años después no conecta los puntos con la anterior entrega, pero sí se permite lanzar un estupendo guiño a la secuela, con una aterradora secuencia de introducción que recuerda a Carlyle escapando de los infectados, para después poner el foco en Spike (Alfie Williams), un chaval de doce años a punto de cumplir con el ritual que definirá su paso a la madurez. Pese a las pegas que pone su madre (Jodie Comer), padre (Aaron Taylor-Johnson) e hijo deberán cruzar el camino, acabar con varios infectados, y, con suerte, volver a la aldea a disfrutar de una merecida fiesta para el preadolescente.

Es una primera parte tensísima y trepidante, con unas secuencias de acción geniales, que sirve, además, para explicar las reglas de un universo que ha evolucionado en estos 23 años. Mientras, la segunda parte de la trama, bastante más relajada, obliga a suspender la incredulidad y resulta algo más desconcertante por un cambio de tono donde el drama y la comedia se dan la mano. Con todo, la cinta se disfruta.

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