Canadá está de moda. Se opone con voz firme y sentido del húmor a las pretensiones anexionistas de Donald Trump y proyecta la imagen de una nación pacífica, progresista y socialmente responsable. Y sin embargo, en América Latina, la presencia canadiense a menudo se percibe de forma muy distinta. La expresión más concreta de la influencia canadiense en la región, la minería, está rodeada de conflictos y controversia social y ambiental. Tal vez sea inevitable que, dada la cantidad de proyectos mineros (80 en total), que Canadá sea pararrayos de críticas que van destinados a la minería en general. La minería canadiense llegó con un discurso de minería limpia, de ayuda al desarrollo y finalmente no cumplieron la mayoría de las promesas y compromisos. Algunas empresas mineras canadienses se han caracterizado por los grandes y largos conflictos con las comunidades locales, y no han respondido a la lógica de una minería moderna responsable sino que han terminado en estrategias de intimidación, violencia. Más grave aún, hay quienes alegan que la actividad minera supuestamente ha contribuido a la violencia en las zonas en las que opera. Trabajos periodísticos e informes como el del Consejo de Asuntos Hemisféricos y el del Grupo de Trabajo sobre Minería y Derechos Humanos en América Latina han mostrado que empresas canadienses dañan el medioambiente, fuerzan desplazamientos de personas, ignoran la voz de comunidades autóctonas, intentan influir en el diseño de leyes nacionales y apoyan la criminalización de la protesta social. Casi nada. La ONU investiga esos casos. Este es solo uno de los muchos ejemplos de la paradoja que se enfrentan las multinacionales. Sus inversiones son tentaculares, llegan a todos los rincones del planeta y parece imposible controlar dónde se inverte y en qué se inverte. Pero no es así. Hay criterios como los ESG (Medioambientales, Sociales y de Gobernanza, por sus siglas en inglés) que promueven la inversión en empresas que respeten determinados valores. Es complejo pero fondos como el Fondo Soberano de Noruega (originado con los beneficios del petróleo del Mar del Norte) lo hacen. Hoy en el Diari explicamos una de esas paradojas. Es el capitalismo, sí. Pero deberíamos luchar para que su rostro humano prevaleciera.