El Nàstic de Tarragona, a dos pasos del cielo
Un gol de Pablo Fernández conquista el Enrique Roca y mete al Nàstic en la final

El Nàstic de Tarragona, a dos pasos del cielo
Llámenle milagro. Llámenle triunfo en tierra hostil. Llámenle reinar en el infierno. Llámenle como les dé la gana, pero hay algo que no va a cambiar: el Nàstic está a dos pasos de la gloria.
El Nàstic conquistó un Enrique Roca con más de 30.000 gargantas. Se arropó en Pablo Fernández para volver a soñar. Para demostrar que está de pie y que el ascenso está más cerca que nunca. Si no les gustan las finales, ahí tienen otra. Tres en cuatro años. Y a la tercera será la vencida. Porque este club lo merece. Y su afición, también. Así, sin más.
Un infierno sonoro y sofocante
Uno siente el vértigo cuando pisa la grada del Enrique Roca. Me siento en el pupitre que toca el cielo con el corazón a mil. En este estadio imperial va a haber 30.000 gargantas que se van a dejar la piel. Lo harán para alentar al Real Murcia. Siento el miedo futbolístico y pienso en los jugadores del Nàstic. Si estoy yo así... ¿cómo estarán ellos? Deseo que el partido empiece cuanto antes para poder darle continuidad a estas líneas. Es la única manera de calmar la ansiedad que se ha apoderado de mí.
No obstante, mi cabeza sigue tratando de descifrar las intenciones de Luis César con su once inicial. El técnico gallego lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a sorprender con otra alineación de autor con la que pretende conquistar el infierno. Óscar Sanz, intocable hasta ahora, al banquillo; y de nuevo apuesta por la dupla preferida de todos en ataque: Pablo Fernández y Antoñín Cortés. Los rasgos del equipo invitan a pensar que el Nàstic del Enrique Roca quiere la pelota, construir con ella y ganar el partido mandando. Eso sobre el papel, ahora toca demostrarlo en el verde.
Un comienzo de dominio murciano
El Nàstic quiso mascar el balón para enfriar el infierno en el que se había convertido el estadio. Entre el calor y el ambiente sonoro, aquello era incontenible. El plan de partido estaba claro, pero el Murcia rápidamente le dijo que no. Que en su casa no iba a tener la pelota con tanta facilidad. La iba a poder marear en la base, sí, pero no avanzar con ella, al menos de manera asociativa.
Las dudas comenzaron a generarse en el cuadro tarraconense y Moha casi factura a las primeras de cambio. Fue en el minuto 9 cuando aprovechó las dudas de Dufur y un mal despeje de Pujol para controlar y disparar en el interior del área. La fortuna sonrió al Nàstic, ya que su disparo se marchó mordido.
Aquella ocasión inicial rubricó que el Murcia empezaba a cogerle el punto al partido. El Nàstic no le incomodaba en absoluto. Tenía alguna que otra posesión larga, pero no iba más allá. Mucho control y poco progreso.
La única buena noticia para el Nàstic era que los minutos pasaban y el 0-0 reinaba. Curioso: al Nàstic no le valía el empate, pero daba la sensación de que a Luis César no le desagradaba preparar una tromba final. Hubiese firmado ese plan, aunque seguramente con algo más de fluidez y presencia en campo rival.
El gol del miedo... y de la esperanza
Los minutos finales de la primera mitad evidenciaron que el miedo a perder existía en ambos equipos. El Nàstic tenía la pelota, pero no amenazaba con ella. El Murcia no gozaba de tanto balón, pero cuando lo poseía dudaba entre ir o no perder el orden. Ambos planteamientos dibujaban un 0-0 que alimentaba el suspense. La eliminatoria olía a gol ganador. ¿Quién marcaría primero?
La segunda mitad exageró el guion del partido en ambos lados. El Nàstic tenía la pelota como quería, y el Murcia veía cada vez con más angustia cómo los minutos pasaban, el empate reinaba y el hilo se tensaba. El conjunto de Luis César era consciente de que iba a tener alguna, y que sería cuestión de meterla. Conforme avanzara el tiempo, iba a tener que arriesgar más, pero ni siquiera dio tiempo a ello.
Al llegar la hora de juego, nació la jugada que este año tantas veces ha metido el miedo en el cuerpo del rival. Eso sí, con Narro en la derecha. El balear recibió el cuero, encaró a Cadete, lo fijó y sacó ese centro con rosca cerrada que deseaba encontrar la cabeza de uno de los atacantes del Nàstic. Apareció el que siempre manda en el vértigo. Pablo entró en tromba por el segundo palo y conectó un remate inapelable. La puso en el fondo alto de la red, dejando a Gazzaniga haciendo la estatua. Un misil le había pasado por encima.
El oficio de un equipo maduro
Ahora sí, el Nàstic tenía el partido en un contexto soñado: ventaja en el marcador, el tiempo corriendo a favor y la final a un paso. Tocaba resistir, ahora con más razón que nunca. Casi llega el segundo a los pocos minutos, en lo que hubiera sido directamente el paraíso. Narro comandó la contra, pero su pase, que encontraba a Pablo volando, fue cortado por la defensa murciana.
El tiempo seguía avanzando. Solo un cuarto de hora por delante.
Los últimos minutos fueron de una taquicardia esperada. Esa agonía que tan cruda ha sido con el Nàstic rondaba de nuevo. Pero no, no era el día. El conjunto grana actuó con madurez e incluso tuvo la fortuna de su lado: entre Rebollo y el larguero desviaron la ocasión más clara del Murcia.
Quién lo diría... el Nàstic vuelve a estar, otra vez, a solo dos pasos de la gloria.