El 7 de junio de 2025 ya forma parte de la historia del Nàstic de Tarragona. Una fecha que jamás se olvidará. Fue el día en que los granas se clasificaron para la final del play-off de ascenso a Segunda División. La tercera en cuatro años. Eso es lo que importa e importará, pero el trasfondo también siempre estará presente.
Lo que hizo el Nàstic este pasado sábado fue coger la lógica con las manos y convertirla en una bola de papel de aluminio. El conjunto grana compareció en un infierno. Lo era, literalmente, por las altísimas temperaturas de Murcia, pero la cosa iba más allá. El Enrique Roca congregaba a más de 30.000 personas que no tenían en su cabeza otra cosa que ver a su Real Murcia en la final. Y, sin embargo, allí estaban también 1.000 valientes aficionados del Nàstic que decidieron creer mucho antes de que marcase Pablo Fernández. Se les escuchó con fuerza antes, durante y después del partido. Demostraron que el Nàstic nunca caminará solo, porque su afición jamás lo permitiría. Han estado en las malas... como para no estar en las buenas.
Aunque hay que recordar que el final que muchos escribían este pasado sábado no era precisamente feliz. «Nos van a eliminar». Seguro que más de uno ha pronunciado o escuchado esta frase a lo largo de la semana.
Si el ambiente impactaba, tampoco es que la estadística ofreciera consuelo. Los números jugaban en contra del Nàstic en todo momento. No había nada a lo que agarrarse. Solo precedentes entre ambos equipos en el pasado, pero eso decía poco más allá de buscar una grieta de esperanza entre tanto pesimismo estadístico.
De las 12 eliminatorias que se llevaban disputadas hasta ayer con el formato de ida y vuelta en Primera RFEF, 11 se habían saldado con victoria del equipo que jugaba la vuelta en casa. La única excepción tenía, para más inri, al Nàstic como perjudicado. Fue el año pasado, en la final ante el Málaga. Pero es que la cosa iba aún más allá: ningún equipo que no hubiese ganado la ida en casa había pasado de ronda. Es decir, el Málaga sí ganó aquella eliminatoria, pero antes se había impuesto en La Rosaleda por 2-1.
Con todos esos números, el Nàstic se plantó en el infierno. Pero había más: el propio conjunto grana debía ganar un partido como visitante. No parece tan complicado, pero la hoja de ruta de los de Luis César marcaba otra cosa. El equipo no ganaba lejos de casa desde el pasado 1 de febrero en Balaídos. En otras palabras: solo había ganado un partido en todo el 2025. La cifra total de victorias como visitante en la temporada era de cuatro en 19 encuentros. Unos números pobres que llevaron a la afición a bautizar el partido como el Milagro de Murcia.
Y el fútbol volvió a ser caprichoso una vez más. Porque, con toda esta lógica delante, el Nàstic decidió ofrecer una versión adulta, competitiva, madura y con casta de campeón. Un equipo al que Luis César preparó para una batalla. Les dio un plan y creyeron en él. No se pusieron nerviosos y esperaron a que el Murcia lo hiciera. Cuando ocurrió, Pablo Fernández apareció y silenció el Enrique Roca. Ese gol fue un puñal directo al corazón.
En la media hora final de resistencia y sufrimiento, el Nàstic defendió con rigor, orden, intensidad, contundencia... y, encima, la suerte lo acompañó con un palo que evitó la prórroga. 30.000 gargantas quedaron en silencio al final del encuentro, mientras que otras mil ardieron de pasión.
Ahora quedan otros dos partidos por delante. Dos finales. El Nàstic vuelve a estar a dos pasitos de Segunda División. Pase lo que pase, la eliminatoria ante el Murcia jamás se irá de los corazones granas.
El Nàstic no solo sobrevivió al infierno; lo conquistó. Y ahora, sueña despierto.