Cuando el joven caballero Collum llega a Camelot para competir por un lugar en la Mesa Redonda, descubre que es demasiado tarde: el rey Arturo ha muerto y los caballeros ya no son lo que eran. De esta forma arranca La espada fulgurante, de Lev Grossman, una reinvención de la leyenda, publicada por Destino, que ya ha vendido los derechos a Lionsgate, para una serie, la misma productora de Los juegos del hambre o La la land.
«Lo que intento contar en La espada fulgurante es qué ocurre después de la muerte de Arturo. Quería ir más allá de la tragedia. Quedan muy poquitos caballeros, un musulmán, los secundarios, los graciosos, los de fondo, los que nunca han sido los héroes. Los tomé y los puse en el centro de la historia», explica el estadounidense, autor de la exitosa trilogía The magicians (Los magos). Son los antihéroes, en la línea de Don Quijote. «Lo leí hace mucho, cuando tenía veintitantos años y me ha influido», reconoce el autor. «Es uno de los motivos por los que quería que la novela, por momentos, resultara graciosa. Lo de ser caballero buscando damas que rescatar, en parte es ridículo y hasta ellos se dan cuenta. Y estos caballeros tampoco son tan distintos de Don Quijote. Tienen sueños sobre sí mismos, aunque al final tienen que deshacerse de algunas de sus ideas. La distancia entre Don Quijote y el rey Arturo tampoco es tanta», considera Grossman, quien admite que años atrás le encantaba imaginarse sentado en la Mesa Redonda. «Me atraía el poder formar parte de una banda de hermanos».
Los tiempos de La espada fulgurante tras la muerte de Arturo son caóticos, las instituciones en las que se creía han desaparecido o ya se ha perdido la confianza en ellas. Es un escenario que se puede leer como una metáfora de nuestros días. «Se parece bastante. Y algo que me interesaba del mundo artúrico es cómo queda cuando acaba el Imperio. Roma invadió Bretaña durante tres siglos y medio. Cuando se marcharon dejaron tras de sí una nación que tuvo que capear el trauma de siglos de ocupación. A esto tuvo que sobrevivir Arturo. Tuvo que recomponer una nación. Esos traumas históricos de gente desplazada, oprimida, lo vemos constantemente a nuestro alrededor, ahora también».

La magia de George R. R. Martin
«Vas a alucinar», se puede leer en la cubierta de la novela, palabras de George R. R. Martin, que ha sido una gran influencia para Grossman. «No hubiera podido escribir este libro sin Juego de Tronos», manifiesta y relata que empezó a leer la saga a finales de los 90. «No había leído nada igual, fui muy fan desde el principio». Grossman opina que Martin, hoy amigo suyo, fue capaz de actualizar un tipo de historias que parecían agotadas. «Las volvió frescas, con más significado que nunca». Y esto es lo que hace con la leyenda, abordar el desafío de que parezca nueva, tras mil años. «Lo he aprendido leyendo a George».
Entre las novedades, Grossman mezcla lo mitológico con lo social, lo mágico con lo psicológico, y lo clásico con lo queer. A los consabidos temas del honor, la lealtad, la religión y el paganismo, se suman otros actuales como la salud mental, la diversidad, la represión sexual o la pérdida de la inocencia.
No obstante, a pesar del cambio sustancial, pocos han sido los incondicionales de Arturo que han alzado la voz contra la propuesta. «No tantos como yo esperaba, lo cual me hace pensar que quizás tenía que haber sido un poquito más atrevido», dice Grossman. «Cuando los artúricos la leen, ven que está muy enraizada en las tradiciones. Aunque rompa las reglas de la historia, queda claro que las conozco. Son conscientes de que he hecho los deberes. Igual hay uno o dos que están muy enfadados, pero sería muy raro que no me odiara nadie. Un poquito de correo de odio tampoco está tan mal», concluye.