Juan Cruz (Tenerife, 1948), periodista, escritor y figura clave del panorama cultural en lengua castellana, visitó ayer Tarragona para abrir la conferencia inaugural del congreso ‘Barral i...’, este año dedicado a Vargas Llosa, que se celebra entre Tarragona y Calafell hasta este martes. A lo largo de su vida, Cruz cultivó una estrecha relación con los grandes autores del boom latinoamericano –Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar o Carlos Fuentes–, a quienes no solo entrevistó y acompañó en su proyección internacional, sino que también editó, desde Alfaguara, y reivindicó. «Barral estuvo una noche en Tenerife...» inicia Cruz la conversación.
...
Era una persona muy sobresaliente, no tiene nada que ver con la imagen que se tiene de él en algunos sectores. Era muy ingenuo, a pesar de parecer engreído y era además muy juguetón. Le gustaba jugar con las palabras. Yo lo recuerdo cantando. Estaba empeñado en cantar en alemán una canción que decía algo así como Bailar la naranja.
¿Lo consiguió?
Lo intentaba todo. En aquel entonces se había aficionado a un combinado alcohólico que era insólito, daiquiri con whisky. Pero nunca perdía el tino, siempre estaba pendiente y era muy alegre por las noches.
¿Por las noches solo?
Por las noches sobre todo. Siempre lo recuerdo como alguien muy positivo que quería que los demás estuvieran bien y que lo pasaran bien. O sea, ese ego que se le atribuye es una exageración. Si hubiera sido un egocéntrico, no habría escrito los libros que escribió.
¿O publicado los libros que publicó?
Eso es. Y en el caso de los libros, un editor no puede hacer de su oficio un egocentrismo porque tiene que estar pendiente del gusto ajeno y no solo del propio. Entonces él hizo una labor extraordinaria. Puso la literatura europea al alcance de los lectores españoles que entonces no tenían tanto acceso. Para mí, Carlos Barral es una persona extraordinaria, fuera de lo común.
¿Cómo acabó teniendo usted tanto contacto con ellos?
Porque cuando me hicieron director de Alfaguara yo ya conocía a muchos de ellos y era amigo de escritores porque los había entrevistado. A Vargas Llosa lo entrevisté cuando yo era un chiquillo, en Tenerife. Y luego Vargas Llosa quiso ser editado por mí. Conocí en circunstancias muy curiosas a Julio Cortázar, pero conocí también a Carlos Fuentes muy pronto, a Alejo Carpentier y a Neruda y Onetti. Desde muy pronto admiré a los escritores latinoamericanos que llegaban a Tenerife editados, sobre todo, en Argentina.
¿Qué ocurrió con el boom latinoamericano en España?
La gente, quizá los editores, quizá los propios autores, empezaron a reivindicar su propia literatura, defendían que aquí había una literatura muy potente. Sea por lo que sea, yo llegué a Alfaguara y al cabo de dos semanas le pregunté al gerente por qué nosotros, si teníamos los derechos de Julio Cortázar, no lo publicábamos, no lo teníamos en las estanterías. Y él dijo, seguramente exagerando, pero lo dijo, ‘Es que a Cortázar tendríamos que traducirlo’. Eso a mí me produjo una inquina extraordinaria y fue la razón por la que pusimos en marcha todo el nuevo boom, el reboom latinoamericano.
¿Se aceptaron bien las particularidades lingüísticas?
Un año después de estar al frente de la editorial se publicó todo, sus libros, sus conferencias. Julio había muerto hacía mucho tiempo y yo invité a venir a su viuda, Aurora Bernárdez, a la presentación, que era mucho más que un homenaje, era un festival. El día indicado, con Bernárdez en Madrid, en el camino nos encontramos con un montón de chicos, parecía que iban a un concierto. Me apuré y pensé ‘mira que si no hay nadie para el homenaje a Cortázar...’ y esos chicos estaban allí para oír hablar de Cortázar, para oír la música que le gustaba. Eso cambió el camino de la editorial. Estoy muy orgulloso. Como ya me queda poco tiempo para poder decirlo, lo digo. Y ahora que ha muerto Vargas Llosa y que casualmente se le hace un homenaje...
Usted le publicó.
En el 93 me llamó y me dijo: ‘Juanito, quiero verte’. Él venía de Argentina. Allí, en ese tiempo, sus libros no tenían éxito. Había publicado El pez en el agua, el que para mí es su mejor libro. Y quería que yo fuera su editor.
¿Cómo era? La imagen de los últimos años que nos ha quedado, política, con Preysler...
Nunca escribió ningún libro sobre la Preysler. No escribió ninguna novela de la que pudiera arrepentirse.
¿Se lo dijo?
Es evidente. El autor de La ciudad y los perros, el autor de La casa verde, de La fiesta del chivo... ¿Ese escritor va a pasar a la historia como alguien que tuvo un affaire durante siete años? ¿Ese va a ser su legado? Acabo de publicar el libro Secreto y pasión de la literatura, en el que le dedico tres o cuatro capítulos a la relación Llosa-Márquez. Vargas Llosa es el autor del mejor libro que se ha escrito nunca sobre Gabo, García Márquez, historia de un deicidio. En mi libro hablo de ambos como amigos. Los mantengo como amigos. Porque la primera vez que Gabo se puso enfermo, en Los Ángeles, yo casualmente estaba con Vargas Llosa, Patricia y la directora general de Alfaguara. Y Mario quiso llamar a Mercedes, la mujer de Gabo, para decirle que contara con nosotros para lo que necesitara. Hubo una posibilidad de reconciliación, pero ya Gabo no conocía.
¿Por qué se pelearon?
Por cosas de mujeres. Y para siempre porque entonces no había Whatsapp. Ahora es más difícil pelearse. Siempre puedes enviar un mensaje. Y a mí me llamó Gabo para decirme que Mario había escrito el mejor libro, La fiesta del chivo. Para mí Vargas Llosa es de los escritores más generosos que he conocido y conozco a un montón.
¿Por qué lo califica de ese modo, con ese adjetivo?
Porque ha hecho que chicos muy jóvenes puedan publicar, puedan sentirse agasajados por él. Y eso no se encuentra en muchos otros. De ninguno del mundo de entonces –excepto Onetti quizás e incluso Borges– entre bromas y veras se puede decir lo que estoy diciendo de Vargas Llosa. Lo veo.
Hábleme de Calafell.
Mi última vez en Calafell fue para estar con Juan Marsé y su familia y ya no estaba Carlos (Barral). Hacía tiempo que no estaba Carlos. Pero la última vez que lo recuerdo allí, él aceptó ser crítico de ‘El País’. Carlos murió quince días después de esa oferta y dejó escritos dos, casi tres artículos cumpliendo su obligación contraída. Para mí es muy emocionante la figura de Carlos Barral. Ese día vestía como un bohemio, era un bohemio.
Era un poeta.
Una persona poética, que no es lo mismo que poeta. Una persona con la que daba gusto hablar y reír porque era una risa nítida.
Sacándole a usted del contexto como editor de estos escritores, curiosamente todos hombres...
¿Y Ana María Matute? ¿Y Carmen Laforet? Ustedes, los periodistas...
Usted también es periodista.
Nosotros los periodistas siempre decimos eso pero, ¿cuánto ha tardado la gente en saber que Rosa Montero es una escritora? Ustedes los periodistas, pónganse en el contexto.
Sacándole de ese contexto, ¿Qué hubiera sido de ellos sin la presencia de Barral? O si lo prefiere, ¿cómo influyó Barral en la obra de todos ellos?
Más que en la obra, en el entusiasmo por la obra. Él hacía que la gente se sintiera segura de que estaba haciendo un libro interesante. Él hacía interesante la actitud ante el libro por parte de los escritores. Un editor es muy importante. Si miramos los libros que publicó Barral... Es la gente que tenía a su alrededor.
Su equipo.
Sí, el equipo que tenía. Si tú no eres perspicaz, no tienes ese equipo. Que, por cierto, en él estaba Rosa Regàs.
¿Cuándo fue la última vez que vio a Vargas Llosa?
En el Bernabéu. Éramos de distintos equipos, él del Madrid, yo del Barça. Ya no estaba bien, pero se acordó de mi nombre, me llamó gritando: Juanitoooooooo.